“Joaquín Dicenta fue el primer intelectual que defendió la libertad sexual de la mujer en España”
Cuando Ada del Moral Fernández empieza a hablar de Joaquín Dicenta (1862-1917) se desencadena un torrente de datos biográficos y literarios que no tiene fondo. Dice la escritora y periodista que el personaje “no acaba nunca”, y si uno empieza a bucear entre sus incontables artículos, obras de teatro, novelas y poemas, parece cierto. Del Moral recibió en 2021 una Beca Leonardo en Creación Literaria para ahondar en la figura de este intelectual español extremadamente prolífico aunque poco conocido. En abril publicó la monografía Joaquín Dicenta. Un intelectual desconocido. Progresista, romántico y protofeminista, que recupera su vida y su obra, no exentas de polémica. El espíritu de Dicenta podría encapsularse en unas palabras pronunciadas precisamente por uno de sus célebres rivales, Pío Baroja: “Cuando todo el mundo callaba, él hablaba; y cuando todo el mundo hablaba, él callaba”.
25 septiembre, 2025
Pregunta.- ¿Cómo diste con la figura de Joaquín Dicenta?
Respuesta.- Siempre he sido una apasionada del mundo del libro viejo. Mis padres, que eran profesores, tenían archivos y libros antiguos por casa. Además, siempre he sido muy asidua de la cuesta de Moyano. Allí, me encontré con muchas colecciones como El cuento semanal, o La novela de hoy, elaboradas por el grupo conocido como “Gente Nueva”, al que pertenecía Joaquín Dicenta, y así me topé con muchísimas de sus obras. Esas colecciones fueron de las primeras publicaciones masivas en España (estamos hablando de 10.000 a 20.000 ejemplares semanales, algo sin precedentes a principios del siglo XX).
P.- ¿Quiénes eran la “Gente Nueva”?
R.- Era un grupo de intelectuales que hoy se consideran los padres del periodismo moderno en España. Ellos defendían una prensa libre, en la que debía primar la libertad de expresión y que daba visibilidad a voces distintas a las de caciques y políticos, como la de la clase media emergente. Gracias a ellos se popularizó la lectura masiva en España de la prensa.
P.- ¿Qué te llamó la atención de Dicenta?
R.- Lo primero que me llamó la atención fue la potencia de su imagen. Dicenta es el único de sus contemporáneos que se afeitaba, que se dejaba retratar sin bigote y el primero en quitarse el sombrero. De alguna manera, era una forma de dar la bienvenida al siglo XX y a la modernidad. Además, siempre cuidó mucho su aspecto. Así como muchos hombres de la época una vez conseguían cierta estabilidad se dejaban engordar, para él lo importante era estar en constante evolución, no acomodarse, por lo que nunca dejó que su físico reflejara ese asentamiento.
P.- ¿Y en el plano intelectual?
R.- Fue el único protofeminista español, y uno de los pocos que defendió la incorporación de la mujer a la sociedad civil, algo que le parecía fundamental. Aunque tuvo una evolución personal muy curiosa, ya que en un primer momento sí que se rigió por las pautas del honor calderoniano, pero llegado a un punto se cuestionó este planteamiento y se dio cuenta de la igualdad entre hombres y mujeres y de lo absurdo de ese antiguo modelo.
P.- ¿Cómo te adentraste en su figura?
R.- Durante muchos años dirigí la revista de la Unión de Actores de Madrid, y uno de los miembros fundadores de este sindicato fue Daniel Dicenta, nieto de Joaquín, que solía hablarme de la vida de su abuelo. Me llamó la atención que hubiera sido uno de los precursores del divorcio a finales del siglo XIX, en parte por su situación personal.
P.- ¿Cuál era esa situación?
R.- Dicenta se casó a los 26 años con Purificación Orduña, pero se separó de ella muy pronto y tuvo hijos con mujeres con las que no contrajo matrimonio. Los dos mayores los tuvo con Resurrección Alonso, que era la hija natural de Cánovas del Castillo y una marquesa cubana. Esta se puso muy enferma durante el parto de su primogénito y, pensando que moriría, para tranquilizarla, el escritor organizó una boda falsa, con un falso cura, para que ella pensara que al morir por lo menos se iría casada de esta vida. Pero la mujer se recuperó y cuando se enteró de la farsa se volvió a vivir con su madre, impidiéndole ver a sus hijos. Sin embargo, cuando Cánovas del Castillo murió, tanto ella como su madre regresaron a América y Dicenta se quedó con sus hijos, como padre soltero. Esto, junto con su tendencia al amor libre, le llevó a abogar por el divorcio. En 1894 publicó Luciano, una obra en la que defiende la necesidad del divorcio tanto para el hombre como para la mujer, y que fue muy mal aceptada en la época.
P.- En tu libro destacas otros aspectos sociales del escritor. ¿Cuáles son?
R.- Fue el primer intelectual que defendió la libertad sexual de la mujer. Se oponía a la dicotomía de santa/prostituta y reconocía la existencia legítima del placer femenino. Paralelamente, sostenía que tanto los políticos como los monarcas tenían que rendir cuentas al pueblo, y no al revés. Y también abogaba por el avance científico frente a la religión, la democratización de la educación, la defensa de los animales…
P.- ¿Cómo se explican estas ideas tan contemporáneas?
R.- Quizá porque, aunque provenía de una familia noble, fue criado por una madre que enviudó muy pronto y que lo sacó adelante con dificultades trabajando de costurera. De ahí su espíritu progresista respecto a las mujeres.
P.- ¿Por qué es su figura tan poco conocida hoy?
R.- Dicenta era un hombre muy envidiado por todos sus contemporáneos intelectuales. Él es coetáneo de la Generación del 98, un grupo de hombres muy reprimidos, desde Unamuno, hasta Valle-Inclán, pasando por los Machado, Azorín y Baroja, que hicieron bloque contra él. Les molestaba mucho su discurso acerca de las mujeres y sus derechos, así como su alegato a favor de la movilidad social; además, albergaban cierto resentimiento por su enorme éxito con las mujeres. Luego, en la Segunda República, tampoco hicieron mucho por recuperar su figura, y más tarde en la Transición fue considerado un escritor casticista, que solo escribía de chulos y chulapas. Ha persistido una visión muy deformada de lo que era: se le recuerda como un borracho y un mujeriego, pero no por los avances que defendió.
P.- ¿Qué ejemplos de esos avances aparecen en sus obras?
R.- Hay muchísimos, pero te doy unas pinceladas. La primera vez que se habla en literatura de una pareja homosexual de forma respetuosa es en El Lobo, una obra suya de teatro. Y en Marinera, monólogo únicamente representado el día del estreno, pone en escena a una mujer hablando de su sexualidad.