Beatriz Fernández-Marín, bióloga: “La Antártida tiene un ambiente prístino, pero trabajando allí te vuelves vulnerable en un ambiente donde es difícil sobrevivir”
Tras participar en cuatro campañas en la Antártida, Beatriz Fernández-Marín ha aprendido a manejar la inevitable incertidumbre que acarrea la meteorología del entorno y la vulnerabilidad que, según destaca, hacen del continente un lugar único para trabajar. Investigadora Ramón y Cajal en la Universidad del País Vasco, obtuvo una Beca Leonardo en Biología, Ciencias del Medio Ambiente y de la Tierra en 2022 y dedica su investigación a tratar de entender el efecto del cambio climático, de consecuencias también inciertas en la Antártida, sobre la vegetación local y, más recientemente, el papel de la precipitación oculta en los ecosistemas de diversos Parques Nacionales españoles.
27 noviembre, 2025
Pregunta.- El objetivo de tu proyecto Leonardo fue comprender cómo la vegetación antártica sobrevive a periodos de restricción y de exceso de agua. ¿Cuáles fueron los principales resultados?
Respuesta.- Hay un tipo de agua, que está en la atmósfera pero no se puede registrar bien con pluviómetros normales, que se llama precipitación oculta, y que se compone de niebla, lluvia o nieve asociadas a viento. Nuestro objetivo concreto era ver si esta precipitación oculta tenía alguna importancia en los ecosistemas de la Antártida, algo que nunca se había estudiado allí a pesar de que el acceso al agua en algunas zonas del continente es un condicionante mucho más trascendental para la presencia o no de vegetación que la temperatura. De hecho, hasta ahora no se había investigado mucho acerca de la precipitación oculta tampoco fuera de la Antártida, pero en los últimos 20 años ha habido un auge ya que la comunidad científica nos hemos dado cuenta de que realmente es importante.
Hemos estudiado este aspecto en la Antártida marítima, que tiene una gran influencia oceánica al estar en la costa. Y hemos concluido que la precipitación oculta supone un aporte de agua muy importante en esta región. Aproximadamente el 50% del agua total que recibe el promedio de los ecosistemas proviene de la precipitación oculta. Esto quiere decir que hasta ahora no estábamos considerando la mitad del agua total. Esta cifra varía mucho a nivel local con la orografía, y en zonas más altas esta influencia es del doble que en zonas bajas. Además, el otro gran resultado es que algunas especies dependen muchísimo más de este tipo de agua que otras. Trabajamos sobre todo con líquenes y musgos, que son las más abundantes allí, y hemos encontrado que algunas especies de líquenes dependen en gran medida de esas fuentes de agua.
P.- ¿Cómo se mide la precipitación oculta?
R.- Con un pluviómetro normal no se puede medir, sino que hay que adaptarlo. En nuestro caso, en base a las condiciones que teníamos en el punto de la Antártida donde estábamos, hemos colocado una rejilla cilíndrica dentro del orificio de entrada de manera que las partículas de agua quedan atrapadas. Así, estas partículas caen dentro del pluviómetro y sí se pueden registrar. Ahora estoy trabajando también en el Teide y estamos usando el mismo sistema, de modo que los datos son comparables al haberse medido con el mismo método.
P.- Para investigar este tema participaste en una campaña en la Antártida. ¿Qué lecciones aprendiste a partir de tu experiencia allí?
R.- Aprendí muchas lecciones. He estado en cuatro campañas en la Antártida (la del proyecto Leonardo fue la tercera) y en conjunto he aprendido que hay dos cosas que la hacen diferente a trabajar en cualquier otro lugar del mundo. Una es la situación geopolítica. Es un lugar que no pertenece a nadie, o que pertenece a todos. Y eso se vive de manera especial, en cómo colaboran entre sí los países y qué tipo de regulaciones hay, ya que la actividad principal que está permitida es la investigación. La logística es difícil y está regulada en cada país por una institución (el Comité Polar Español, en nuestro caso) a la que hay que solicitar el acceso allí, y también hacen falta permisos para el tipo de muestras que se quieren recolectar, los sensores que se quieren instalar, durante cuánto tiempo, etc.
La otra diferencia es que es un ambiente bastante prístino, en el que hay muy poca influencia humana. Para alguien que trabaja con seres vivos, silvestres, es un sistema difícil de conseguir en otros lugares donde casi siempre la huella humana es mayor. Pero trabajar allí implica también que dependes de otras personas, porque te vuelves bastante vulnerable en un lugar donde es difícil sobrevivir. Eso sí, el equipo de profesionales que se forma —el personal de las bases, científicos de otros proyectos, o personal de las bases aledañas o de otros países que nos dan apoyo logístico de transporte y sanidad— te hace sentir que, desde el punto de vista humano, es un lugar diferente.
P.- ¿Cómo transcurrió la campaña?
R.- Fue frenética. El proyecto tenía 18 meses de duración y teníamos previsto viajar a la Antártida durante los primeros seis meses, para tener datos y seguir trabajando. Incluso había opciones para una segunda campaña dentro del proyecto. Pero la realidad del lugar es que no hay espacio para todos, y en el primer año no tuve plaza para ir. Sí conseguí enviar algunos sensores y gracias al personal de la base y a algunos compañeros científicos, se pudieron instalar y pudieron tomar muestras en nuestro nombre para poder avanzar con el proyecto durante los primeros meses.
Ya a finales del proyecto, estuvimos cuatro personas durante casi tres semanas. Fue una estancia más corta de lo previsto debido a la meteorología, de la que dependes absolutamente mientras estás allí. Así que estuvimos trabajando prácticamente día y noche, y por suerte en ese tiempo conseguimos cumplimentar todos los objetivos de campo que nos propusimos.
P.- ¿Cómo se gestiona esta incertidumbre desde el punto de vista logístico y personal?
R.- En las primeras campañas, el internet en la Antártida era muy malo o casi nulo, e intentar contactar con la universidad para que la agencia de viajes cambiara billetes de avión a última hora era bastante complicado. Pero sobre todo, hay que predisponerse a los cambios, porque los va a haber, y hay que ser muy flexible para adaptar la manera de conseguir los objetivos que te habías planteado porque la imprevisibilidad está siempre presente.
A nivel personal, tienes que aceptar que tú no puedes tener todo bajo control, y que tienes que jugar con las circunstancias que se vayan dando. Normalmente es la meteorología quien manda, y en esta ocasión tuvimos la suerte de que más o menos acompañó así que, aunque estuvimos poco tiempo, pudimos hacer todo lo previsto.

El equipo investigador del proyecto Leonardo: Beatriz Fernández-Marín, Nacho García-Plazaola,
Alicia Perera-Castro y Laura Díaz Jiménez
P.- Por tu experiencia, ¿qué opinas sobre el turismo en la Antártida?
R.- Yo he visto el turismo de cerca, y mi impresión personal es que, en general, los turistas son muy cuidadosos y meticulosos. Las empresas cumplen las distancias reglamentarias, por ejemplo, con las pingüineras, e indican claramente a sus clientes por dónde pueden pisar y por dónde no para preservar la vegetación. Quizá sea porque están más en el punto de mira y les interesa poder seguir haciendo esas actividades.
Y también pienso, honestamente, que los propios investigadores podemos generar daños en el ecosistema que se tienden a obviar. La actividad investigadora está permitida y regulada, pero es obvio que simplemente por estar allí habitando, generamos residuos, aguas residuales, quemamos combustible para calentar las bases, etc. Los turistas vuelven a dormir al barco, pero nosotros vivimos en tierra. Nuestro trabajo allí tiene un impacto del que debemos ser conscientes y tratar de minimizarlo en lo posible.
P.- ¿Qué efecto está teniendo el cambio climático sobre la disponibilidad de agua dulce en la Antártida?
R.- Parte de la motivación del proyecto era estudiar este aspecto. La toma de datos reales meteorológicos en la Antártida es muy complicada por la dificultad para acceder, mantener las estaciones, etc. Eso dificulta la generación de modelos y por ello existe bastante incertidumbre. Pero los datos que hay sí apuntan a que va a haber cambios en la precipitación. No queda claro, por lo que yo he entendido, si aumentará o disminuirá, si cambiará el patrón temporal o el tipo de precipitación (que sea lluvia, nieve, etc.). Por ello, es necesario seguir estudiando para tratar de adelantarnos y saber mejor qué va a ocurrir.
Yo llevo unos ocho años yendo allí, que es una ventana temporal muy pequeña para poder sacar conclusiones. Pero por poner algunos ejemplos, a lo largo de estos ocho años he visto el avance más grande de un glaciar que hay justo detrás de la base, que de hecho invadió unos refugios que están en lo alto de una colina y les entró hielo. En otra campaña tuvimos el máximo de temperatura registrada para esa zona de la Antártida, y en la última campaña en la que participé, en marzo de este año, tuvimos la mayor nevada para ese mes, que coincide con el final del verano, y un evento muy prolongado de bajas temperaturas que generó heladas de manera inesperada para esa época. Así que en esta ventana de ocho años hemos tenido dos eventos de enfriamiento y aumento de precipitación, y uno de máxima de temperatura, con lo que otra vez hablaría de incertidumbre.
P.- Tu investigación ¿puede ayudar a conservar mejor la vegetación en la Antártida ante el cambio climático?
R.- Esperemos que sí. Yo me dedico a la investigación básica, y el objetivo es entender, en este caso, cómo funciona la vegetación allí en la Antártida. Nuestra primera conclusión, clarísima, es que no todas las especies responden igual, y a veces la misma circunstancia puede favorecer a una especie y dificultar la existencia a otra. Por ejemplo, algunas especies de líquenes no podrían sobrevivir si la temperatura superase un cierto umbral, pero el óptimo de temperatura para la mayoría de las especies de musgos es mucho más alto del que tienen habitualmente en la Antártida. Otra dificultad que tiene la vegetación allí es que haya suelo donde poder asentarse, porque hay mucho hielo permanente. Entonces, si hubiese más territorio libre de hielo, algunas especies podrían abarcar más extensión. En cuanto a la precipitación, si descendiese, o bien si bajase la temperatura y se congelase más tiempo el agua, algunas especies no aguantarían más de tres meses, mientras que otras podrían resistir casi un año. Y el mismo efecto se observaría con la precipitación oculta, ya que hay especies que no dependen tanto de ese tipo de agua pero otras dependen casi en su totalidad de que siga habiendo niebla o lluvia con viento.
P.- ¿Qué implicaciones tiene tu proyecto para organismos no antárticos? ¿Podemos aplicar alguna lección a reducir el agua que necesitan ciertos cultivos que nos interesen como alimento?
R.- Sí podemos. Como decía, mi investigación es básica y no suelo trabajar en aplicaciones. Sin embargo, estamos estudiando aspectos como el comportamiento físico-químico de las superficies de ciertos organismos, qué características de su anatomía, su superficie y su composición química influyen en que se hidraten rápido o al revés. Ese conocimiento se podría aplicar en la agricultura para optimizar la toma de ciertos fertilizantes, como los foliares (que se aplican en los tallos y las hojas en lugar de por el suelo).
También estamos estudiando cómo se comporta el agua dentro de los tejidos, en las células, cómo varía cuando se van hidratando y cómo se forma hielo, porque la mayoría de estas especies pueden sobrevivir aunque se forme hielo dentro de sus tejidos. Todo este conocimiento también tendría aplicaciones en la agricultura para fijarnos en qué variedades podrían estar predispuestas a tolerar mejor ese hielo porque tengan características parecidas en sus células o en su anatomía.
P.- ¿Qué ha supuesto la Beca Leonardo para tu carrera?
R.- En resumen, un trampolín hacia la consolidación profesional. Como a otras personas que también han obtenido esta beca y con las que he ido hablando, me pilló en una coyuntura profesional en la que estaba, digamos, a las puertas de un precipicio en el que hay dos salidas: o caerse al vacío y dedicarse a otra cosa, o tener un puente que te lleve al continente y a partir de ahí caminar en tierra firme. Para mí, la beca fue ese puente porque, aunque tenía una plaza de profesorado, estaba en un lugar muy alejado de mi casa, y la beca supuso el primer proyecto consolidado que yo podía dirigir. Coincidió con mi incorporación como investigadora Ramón y Cajal a la Universidad del País Vasco y ahora tengo ya concedidos dos proyectos más de temáticas relacionadas con el de la Beca Leonardo.
Uno de ellos es del Plan Estatal del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades y, aunque abarca una temática más amplia, algunos de los objetivos son continuación directa del proyecto Leonardo. El otro se enmarca en el Programa de Investigación de la Red de Parques Nacionales y la idea es estudiar cómo la precipitación oculta que puede capturar la vegetación entra al ecosistema y puede servir a otros organismos. Lo vamos a empezar ahora y trabajaremos en Picos de Europa, en el Teide y en el Timanfaya, que son tres regiones diferentes donde la influencia de esa precipitación oculta puede ser distinta.


