FIRMA INVITADA
Philip Kitcher: Un marco valioso para repensar el progreso científico y ético
Hugo Viciana, Doctor en Filosofía por la Université de Paris-1 Panthéon-Sorbonne y actualmente investigador en el Departamento de Filosofía, Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Sevilla, analiza en este artículo algunas ideas centrales en la obra de Philip Kitcher, recientemente galardonado con el Premio Fronteras del Conocimiento en Humanidades. Desde su conocimiento como especialista en filosofía de la ciencia y beneficiario de una Beca Leonardo en 2020 para desarrollar un proyecto en este campo, Viciana considera que la visión de Kitcher ofrece un marco valioso para repensar el progreso científico y su importancia en una sociedad democrática.
29 mayo, 2025
¿Es el premio Fronteras del Conocimiento 2025 en Humanidades uno de los filósofos más notables de los que nunca has oído hablar? La relativa invisibilidad de Philip Kitcher fuera del ámbito académico quizá guarde relación con aquella famosa observación del físico Stephen Hawking: cada fórmula en un libro reduce a la mitad su número de lectores. Kitcher, que inició su trayectoria en la filosofía de las matemáticas y aplicó la teoría de juegos a cuestiones filosóficas, podría ser una víctima de esa ley de hierro.
Además, las ideas filosóficas no suelen alcanzar al gran público si no vienen acompañadas de un barniz de escándalo o provocación. Ejemplos no faltan: “Todo fluye”, “Dios ha muerto”, “No se nace mujer, se llega a serlo”, etc. Frente al gusto por lo impactante, el trabajo quizá más influyente de Kitcher a finales del siglo XX fue encontrar un razonable punto intermedio entre dos visiones contrapuestas de la objetividad científica. Por un lado una visión legendaria y heroica del científico como paladín de la razón a través de un método casi infalible; por otro, el constructivismo radical, según el cual la ciencia sería solo una pugna de narrativas a merced de los intereses y el poder. Su obra El avance de la ciencia –cuyo subtítulo, Ciencia sin leyendas, objetividad sin ilusiones, es ya revelador– propone que las estructuras sociales e institucionales adecuadas pueden hacer de la ciencia una empresa falible pero perfectible, orientada hacia explicaciones cada vez más objetivas. Las comunidades científicas, en este marco, establecen “prácticas de formación de consensos” que abarcan lo metodológico, lo conceptual y lo institucional.
En mi propio trabajo —auspiciado por una Beca Leonardo de la Fundación BBVA— he podido analizar cómo la comprensión pública de estas prácticas influye en la confianza ciudadana hacia los resultados científicos. El enfoque de Kitcher proporciona, así, un marco valioso para pensar no solo cómo progresa la ciencia, sino cómo podemos hacerla más inteligible y legítima en una sociedad democrática.
La “división del trabajo cognitivo”
Como si reflejara un ideal ya casi perdido de la Filosofía, la obra de Philip Kitcher es vasta y ambiciosa. Sus publicaciones abordan temas que van desde la objetividad en matemáticas, hasta las óperas de Wagner o la filosofía del cambio climático. Un indicio claro del alcance de sus ideas es que hoy figura entre los diez autores vivos más citados dentro de la Stanford Encyclopedia of Philosophy, probablemente el compendio más prestigioso de la filosofía actual. Su trabajo aparece referenciado en entradas tan importantes como las referentes a “Explicación matemática”, “Las dimensiones sociales del conocimiento científico”, “Progreso”, “Filosofía de la macroevolución, “Sociobiología”, “Epistemología moral”, “Argumentos transcendentales de Kant”, “Pluralismo científico”, “Filosofía de la educación”, etc. La lista completa arrojaría una enumeración mucho más larga.
Ante lo abarcante de sus aportaciones, podría sonar irónico que una de sus ideas más influyentes sea precisamente la de “la división del trabajo cognitivo” (The Journal of Philosophy, 1990). Argumenta ahí Kitcher que el progreso explicativo depende no solo del talento de los individuos sino de cómo se configuran los incentivos y esfuerzos dentro de las comunidades científicas. Ampliando la noción mertoniana de “escepticismo organizado”, sugiere que aquella “objetividad sin ilusiones” que caracteriza a la ciencia proviene precisamente de cómo se organiza la competencia entre equipos y especialistas. Los mecanismos de reconocimiento y prestigio deben fomentar un equilibrio entre confianza y desconfianza, riesgos y recompensas, deferencia y escrutinio crítico, así como cierta apertura al error y a la diversidad de programas de investigación. Se trataría de configurar adecuadamente la diversidad de dichos parámetros para optimizar el avance del conocimiento ante preguntas relevantes.
En Science, Truth, and Democracy, Kitcher expande su tratamiento de esta noción de “cuestiones significativas” donde lo que queda al alcance de la metodología científica intersecta con los intereses sociales y políticos. Esto le llevó también a desarrollar en algunos de sus trabajos un enfoque humanitario revisionista sobre lo que, a finales del siglo XX y comienzos del XXI, vino a denominarse la brecha 10/90 en salud global que denuncia cómo enfermedades muy extendidas fuera de los países ricos no reciben el presupuesto que, de modo más imparcial y según los años de vida y salud perdidos, les correspondería.
La filosofía de la educación y el progreso moral
Su visión del avance del saber también lo ha llevado a cuestionar prioridades en la filosofía anglosajona actual. En su opinión, las llamadas áreas “centrales” —como la metafísica o la epistemología— deberían orientarse hacia cuestiones relevantes para la vida colectiva, repensando así qué se considera central o periférico en Filosofía. Esta reorientación lo llevó a reivindicar la importancia de la Filosofía de la educación, retomando la propuesta de Dewey de vincular el proyecto educativo con el democrático. Esta reivindicación resuena especialmente en contextos como el español, donde la Filosofía aún mantiene una presencia significativa en secundaria. Pensar la enseñanza de la Filosofía no solo como transmisión de contenidos, sino como práctica que fomenta el juicio crítico, el debate de ideas y la cooperación intelectual, es un desafío con el que quienes trabajamos en didáctica de la filosofía también nos hemos visto llamados a dialogar con Kitcher.
En años recientes ha reexaminado una noción que los filósofos tenían prácticamente denostada: el progreso moral. Continuando, en cierto modo, su examen matizado de otras formas de progreso, como el científico, para Kitcher la moralidad aparece como una tecnología social por la que los grupos humanos resuelven problemas de coordinación y cooperación. Lo que posibilita ciertas formas de avance, aunque de un modo sui generis, provisional e imperfecto como “afinamiento funcional” ante problemas específicos. Bajo esta visión, las sociedades humanas no descubren unas supuestas leyes morales universales y preexistentes, sino que, conforme a sus puntos de partida y capacidades, a veces consiguen resolver, de un modo más satisfactorio para las partes involucradas, problemas morales que se les plantean. Frente a la célebre afirmación de Martin Luther King —tomada de Theodore Parker— de que “el arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”, Kitcher prefiere decir que ese arco, más modestamente, “se aleja de la injusticia”.