Lucía Carballal: “Los escritores no deberíamos tener la obligación pedagógica de explicar que el villano ha de ser castigado”
Lucía Carballal conoce bien los clásicos del Teatro español del Siglo de Oro. Buena parte de sus estudios en la Real Escuela Superior de Arte Dramático consistió en dedicar muchas horas a la lectura de los textos de la tradición literaria, lo que le generó una relación ambigua con esas obras. “Por un lado he sentido toda mi vida esa gratitud hacia los aprendizajes que me han dado, pero por otro tenía la sensación de que esa formación me estaba alejando del mundo durante mi juventud”, expresa.
27 noviembre, 2025
Esa dicotomía se encuentra en el núcleo de La fortaleza, la obra que escribió tras un encargo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y que propone una lectura de El castillo de Lindabridis, de Calderón de la Barca. En ella, Carballal indaga en su propia biografía para cuestionar el legado que deja un padre ausente a una hija, pero también se pregunta cómo podemos abordar el legado de toda una tradición literaria. El 12 y 13 de diciembre se representará en el Teatro Lava de Valladolid y el 17 y 19 de este mes en el Teatro Central de Sevilla. La dramaturga obtuvo en 2022 una Beca Leonardo en Creación Literaria y Artes Escénicas, gracias a la cual escribió Los nuestros, una obra en la que reflexiona sobre la idea de pertenencia e identidad a partir de la muerte de la matriarca de una familia sefardí, y que ha llegado este noviembre al Teatro de Catalunya, en Barcelona, con representaciones hasta el 7 de diciembre.
Pregunta.- ¿En qué consistía el encargo que te hizo la Compañía Nacional de Teatro Clásico que dio origen a La fortaleza?
Rrespuesta.- El encargo forma parte de un ciclo llamado Diálogos Contemporáneos. En él, nos pidieron a varios creadores contemporáneos que escribiéramos y dirigiéramos una obra nueva con entidad autónoma, que tuviera algún punto de conexión con una obra del Siglo de Oro que la Compañía Nacional de Teatro Clásico tuviera en cartel, para que ambas convivieran en la temporada. En mi caso, me encargaron un diálogo contemporáneo a partir de El castillo de Lindabridis, un texto de Calderón de la Barca, que pudiera leerse como un comentario de texto o una mirada hacia ese clásico desde hoy. Nunca esperé que fuese a tener vida más allá de ese ciclo. Y ahora estamos con una gira: de alguna manera el espectáculo ha tomado su propio camino.
P.- Esta comedia de Calderón trata de una princesa que, tras la muerte de su padre, emprende un viaje para encontrar un marido, ya que solo así podrá optar a la herencia del trono. ¿Cómo se plantea un diálogo contemporáneo a partir de esta premisa?
R.- Vivimos en un momento en el que el panorama cultural se rige bastante por el concepto de “identificación”. Noto esa petición implícita de que el espectador o lector se identifique completamente con los personajes, o que pueda encontrar en ellos una referencia ética o de comportamiento para su propia vida. Eso está difuminando cada vez más la barrera entre ficción y realidad. Creo que es un error. La ficción no debería ser un lugar aspiracional. Tiene que haber posibilidad incluso de retratar a un villano sin que, como escritores, tengamos la obligación pedagógica de explicar que debe ser castigado o que nos parece una persona deleznable.
P.- ¿Qué piensas de la tendencia a exigir a las obras de otra época una resignificación moderna?
R.- Cuando abordo una obra clásica, los problemas en ese sentido son enormes. Una princesa como Lindabridis, cuyo objetivo en la obra de Calderón es encontrar un marido que la ayude a heredar el reino de su padre, desde mi perspectiva personal, evidentemente no es una mujer en la que yo me pueda sentir reflejada, pero sí que habla de una época en la que la mujer no era considerada como una igual frente a su hermano varón, y ella tiene que hacer ese recorrido para obtener los mismos derechos que su hermano. En 1691 Calderón no plantea que el suyo sea un viaje de rebelión, en absoluto. Entonces, como creadora, cuando trabajo con un material así, me hago la pregunta: “¿Qué hago con esto?” Y la respuesta es no ignorar que existe esa pregunta, que hay un problema, pero tampoco intentar solventarlo de manera artificial.
P.- También existe la idea de que las obras clásicas son difíciles o inaccesibles, y que hay que acercarlas al público de hoy, algo a lo que haces referencia en La fortaleza.
R.- Yo misma he cambiado mi visión acerca de esta cuestión con el tiempo. Cuando cursaba dramaturgia tuve que estudiar los clásicos de forma muy intensa. Aprendí a apreciar el lenguaje y la palabra llevados a lo más alto, pero también me causó momentos de fricción al sentir esa lejanía con mi presente. Creo que el espectador actual puede sentir algo parecido: por un lado, agradece que ese patrimonio se recupere; y por otro, puede sentir una distancia, una dificultad para acceder a algunos de los elementos que entran en juego en una obra de ese tipo. Como creador, creo que hay que asumir que existe esa distancia, sin disimulo. El espectador actual viene de un mundo en el que existen los iPhone y se han sucedido varias olas de feminismo. Le estamos pidiendo que haga un salto enorme.
P.- En La fortaleza hay una voluntad de enseñar “las tripas” del teatro, de desvelar su lenguaje, su prosodia o sus figuras literarias. ¿Por qué quisiste desnudarlo de ese modo?
R.- En cualquier disciplina clásica se tiende a ocultar el esfuerzo que hay detrás. Cuando vamos a un ballet clásico y un bailarín hace un cambré, un movimiento muy complicado, transmite que es muy sencillo, que no le cuesta ningún esfuerzo. No forma parte del espectáculo todo lo que hay detrás: la disciplina, el sacrificio, las heridas de los pies que lleva cubiertas. Sin embargo, esos procesos forman parte del resultado. Cuando en todas las disciplinas llegan las vanguardias, se busca la exposición de los propios mecanismos de estas. Por ejemplo, toda esa pintura del siglo XX en la que el propio lienzo es la propia obra, o incluso se le da la vuelta al para enseñar el bastidor. En La fortaleza quería hablar de qué hay detrás del trabajo de interpretación de una actriz capaz de interpretar obras en verso que duran más de dos horas; con el entrenamiento físico, la academia que hay detrás y todos los sacrificios personales. Hablar de toda esa capa me parecía que acercaba también la obra a la mirada actual.
P.- El diálogo se divide en tres partes, y cada una está representada por una actriz de la CNTC, pero todas hablan del legado de un padre ausente en la vida de una hija, tras su muerte cuando ella apenas tiene 21 años. ¿Qué denota esta estructura?
R.- Yo pensé la obra como un viaje hacia el perdón. Desde lo autobiográfico, partí de la idea de un padre ausente, muy idealizado, que en su simbolismo representa además lo canónico. Y de la herida que se produce cuando tu modelo, tu referencia, la persona que más te marca, es precisamente la que menos interesada está en ti y menos presencia te proporciona. Ese viaje hacia el perdón tiene tres etapas: el primer momento de enfado, de crisis, de una mujer enganchada a un problema aún no resuelto; un momento intermedio en el que ya aflora el humor, el sarcasmo, con una capa más analítica, en la que también aparece las cuestión de la clase social; y una tercera fase en la que se hace un recorrido emocional de todo el dolor para salir de él.
P.- Ese padre tan idealizado es, además, un arquitecto de éxito. La arquitectura tiene un gran protagonismo en la obra.
R.- Eso me pareció muy mágico. Cuando leí la obra de Calderón me di cuenta de que el castillo era crucial en todo el texto. Lindabridis viaja a bordo de un castillo volador para buscar a su pretendiente, y Calderón quería utilizar un castillo para mostrar todos los avances escenográficos de los últimos años. Entonces pensé que mi padre era arquitecto y me dije: “¡Qué filón!” Mirando la arquitectura de mi padre, sobre todo sus primeros proyectos, me di cuenta de que tenían mucha influencia medieval y también brutalista, con esos edificios que no transpiran demasiado, sin muchas ventanas, que representaban su manera de ser. Creo que mi padre era una especie de hombre del Renacimiento, un tipo muy culto, que vivió una época en la que los arquitectos plasmaban su personalidad a través de sus edificios, y exploré eso en la obra.
P.- ¿El título de la obra, La fortaleza, hace referencia a esas características arquitectónicas de tu padre?
R.- Sí, busqué sinónimos de “castillo” y los escribí en una lista de títulos posibles. Más tarde me paré en “fortaleza” porque me gustaba la idea de que los hombres de esa generación, nacidos en los cincuenta y criados en el franquismo, estaban muy acorazados. Sobre todo las hijas les hemos percibido como hombres muy inaccesibles, como si estuvieran dentro de esa fortaleza. Y a la vez, “la fortaleza” hace referencia a esa fuerza que encontraron para lidiar con el tiempo que les tocó, formar una familia y ser esos hombres que exigía esa época. También al viaje de la protagonista, que encuentra su propia fortaleza, más allá de sus referentes o sus padres.
P.- ¿Hasta qué punto consideras que estamos determinados por nuestro legado? ¿Podemos deshacernos de él?
R.- Creo que es posible, y tiene mucho que ver con el canon que elige cada uno. A mí la escuela me marcó mucho en términos clasicistas, pero luego busqué mis propias referencias. Sin embargo, soy muy crítica con la idea de empezar de cero, de folio en blanco. El propio lenguaje, nuestra herramienta para acceder al mundo, es una herramienta heredada. No nacemos por generación espontánea, por eso me parece que es más interesante la idea de ser crítico con el lugar del que vienes, pero no aspirar a liberarte completamente, porque no sé si se puede.